La venta de empresas familiares en Cataluña es un fenómeno histórico pero que la globalización ha acentuado. Y que en el último ejercicio se ha puesto de manifiesto de manera muy evidente: Pastas Gallo, Codorniu, Freixenet, Cirsa y Gaes son algunos de los nombres más emblemáticos de marcas que últimamente han pasado a manos de capital foráneo tras muchas décadas de ser buques insignia del tejido empresarial catalán de raíz familiar. Este es un modelo de éxito que ha servido para que Cataluña tenga un dinamismo en el emprendimiento digno de estudio que está muy por encima de cualquier otro territorio del Estado y que nos sitúa a la altura de los principales motores económicos europeos. Pero también es una opción que sufre una doble problemática a la hora de la continuidad. Por un lado, los problemas de sucesión familiar al frente de las empresas. O bien por desinterés de las nuevas generaciones o por disputas familiares. El otro motivo habitual para vender es la necesidad de crecimiento, que obliga a buscar cobijo en grupos internacionales. Un factor, este último, fruto del éxito de estas empresas familiares que necesitan expansión y no disponen de suficiente capital.

La incorporación de muchas empresas familiares catalanas en grandes grupos es ambivalente. Es cierto que Cataluña como país pierde el control directo de empresas importantes pero muchas veces puede ayudar a ensanchar el tejido industrial generando puestos de trabajo y asegurando la viabilidad de las empresas. Ahora bien, como todas las cosas, hay un equilibrio. El modelo de empresa familiar de éxito es un rasgo distintivo de nuestro país que no podemos perder y que también debería dar lugar a la fusión y concentración de firmas autóctonas que permitan crear algunas multinacionales potentes de sello puramente catalán.

Lee esta noticia en El Punt Avui